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Cuando La Habana comenzaba en Prado

Richard Roselló

LA HABANA, Cuba - Diciembre (www.cubanet.org) - ¿Qué habanero no ha oído hablar, alguna vez, de las elegantes Alamedas del Prado? Según recuerda la memoria popular criolla, una muralla de piedra protegió, desde el tercer cuarto del siglo XVII, la antigua ciudad intramuros de contrabandistas y piratas. A lo largo de esta muralla se extendió un ancho paseo arbolado, que en su tiempo fue conocido por varios nombres: Paseo de Isabel II, Paseo de Tacón y, finalmente, Paseo del Prado.

Al llegar la República, en I900, nuevas estrategias aportaron a esta zona, concebida como centro de actividad y recreo para los habaneros, un ambicioso proyecto de remodelación.

La realización de nuevas obras la hacen adquirir un prestigio presidencial, que decae, paulatinamente, en la medida en que se extiende la urbanización hacia los nuevos barrios de El Vedado y Miramar.

El Prado, comenzando desde la Calzada de Monte hasta el Malecón, era una avenida de árboles con anchas calles a sus lados. Eran hermosas y limpias. Los edificios de recreación y servicios públicos, así como residencias privadas, aglutinaban estilos que van del barroco al neoclásico colonial y transitan por el ecléctico republicano hasta otras variantes del modernismo.

Las casas de alto puntal, suelos de mármol y ventanas de laboriosas persianas de madera; abrían sus puertas bajo los altos portales peatonales, sostenidos por columnas y arcos, que servían de palio contra el inclemente sol a los transeuntes. Decenas de negocios: cines, hoteles, tiendas, sociedades, parques, emisoras de radio y tráfico continuo de vehículos la convertían en el centro social más animado de la capital.

Con los años 40 el Prado heredó el progreso de décadas anteriores. Desde la intercepción de la calle Monte aparecen los primeros remanentes de fama. Quedan aún sobre el piso de un portal las siglas CMQ. Eran los estudios de grabación. Centro de los grandes musicales y artistas; lo mejor de la época. De allí surgen programas radiales de explosiva audiencia: "La corte suprema" con Leopoldo Fernández, Aníbal del Mar y Mimí Cal y "Las aventuras de Chang Li Pó", que consiguió desmesurado éxito. Otra audiencia espectacular fue la novela radial "El derecho de nacer" de Félix B. Cainegt, así como el espectáculo radial "En busca del artista", desde donde salían a competir los nóveles aficionados a los grandes escenarios nacionales y extranjeros. Por ella pasó y triunfó Rosita Fornés, Las hermanas Lago. En ella tocaban las orquestas de Antonio María Romeu y la de Arcaño.

Otras emisoras en competencia a la CMQ eran la CMQR y la RHC Cadena Azul. Y qué decir de Radio Caribe y CUCU en Prado y Refugio. Sintonizaban con lo mejor del momento. Desde æ#145;ico Saquito y las inolvidables letras de "Oh vida", "La gloria eres tú", "Hasta mañana vida mía" y "Señora", escritas por Luís Yánez, José Antonio Méndez, Rosendo Ruiz y Orestes Santos. Cuando orillaba los 50 la vida de Prado se hizo más intensa.

Prado no sólo se cruzaba con calles de prestigio: Calzada de Monte, la Muralla, San Rafael, Neptuno, Obispo, O'Reilly, Reina. También era punto de confluencias de muchos autobuses que transitaban por la ciudad. Desde cualquier rincón de La Habana a él podías llegar directamente sin transferirte a otro ómnibus.

Andar por la Alameda del Prado era obligatorio. Estaba la Fuente de la India, el monumento marmóreo de la colonia, único testigo de todos los acontecimientos sociales y políticos sucedidos por más de siglo y medio en estos parajes.

Popular, llamativo, en ocasiones para detenerse, eran los paragüitas del Hotel Saratoga. Tocaban orquestas típicas y famosas: el trío Matamoros, la Sonora Matancera y Celia Cruz. Se le veía cantar en el teatro, la radio, la televisión, el cabaret... Después de la media noche frecuentaban los paragüitas porque La Habana comenzaba su vida nocturna hasta el amanecer.

Hermosas son sus farolas de tres brazos y el canto de los pájaros. En La Plaza de la Fraternidad Americana, llamada popularmente Parque de la Fraternidad, se situaban los pulmones de La Habana.

Sobre el paseo, el Capitolio, el más grande y bello edificio, antigua sede del supremo poder y Palacio Presidencial de la República concluido por Machado en 1929. Una amplia cúpula de hormigón armado sirve de referencia y guía a los que a Prado, o sus alrededores, prefieren acudir. Su estilo clásico y sus colosales estatuas de bronces en la amplia escalinata.

Prado, a través de todo su paseo, ofrece al turista diversidad de hoteles: Saratoga, Caribean, Inglaterra, Telégrafo, Plaza, Sevilla, el Packard y Miramar.

Leyenda fue el Hotel Inglaterra que hospedó a la soprano italiana Adelina Ristoni, Sara Bernhardt y el célebre torero español Luís Mazzantini, así como al general Antonio Maceo. Allí Martí pronunció sus discursos a favor de la independencia. Era el Café de la Acera del Louvre, con su rebeldía nacional y cita de poetas y escritores, un centro de gran actividad. Por su lugar pasa la calle de las tarjas en bronce que cuentan los episodios y acontecimientos de esta zona. "En este sitio, antigua contaduría del Teatro Tacón el francés Gabriel Veyre...", dice una. "Homenaje del Centro Gallego de La Habana...", apunta otra. Oh, "Cuando sea duque de senil volveré a Cuba..." eran las palabras poéticas del bardo Federico García Lorca. Entre otros...

El Hotel Telégrafo, en Prado y San Miguel, fue sitio célebre. Allí se realizó la primera proyección cinematográfica en La Habana usando una pantalla en los altos de su azotea. El suceso fue en 1899 y visitaban la Isla los hermanos Lumière. También este hotel acogió al célebre mandarín chino Chin-Lan-Pi y en 1886 al famoso arqueólogo alemán Heinrich Schliemann, descubridor de Troya.

Más abajo del Prado se encuentra el Hotel Sevilla, de estilo morisco, erigido en 1908. La notable casa del Diario de la Marina, convertido luego en Hotel Plaza, vino a trasladarse a Prado y Teniente Rey donde quedaron la impresión y redacción dentro de un vasto edificio frente al Capitolio.

Pero si La Habana era la ciudad del café con leche también lo era de cines baratos. Y esto era un encanto del Prado. La mayoría tenían dos tandas con títulos de películas diarias, para escoger. Usted podía ir al Fausto en Prado y Colón o al Negrete en esquina Refugio. La mayoría prefería el Payret con sus dos mil localidades y confort. En su fachada se colocaba grandes disk play con el título estreno y el artista de fama. Silvana Mangano, Jorge Negrete, Tito Guizar, Pedro Infante, Ernesto Bonino... Tina De Mola puso allí de moda aquella canción "Chinita tú".

Con los 50 llegó, además, el mambo. La Habana bailaba el nuevo género popularizado por su rey (Dámaso) Pérez Prado. Pero no dejó de divertirse con los escenarios más cultos: el teatro.

El Centro Gallego no pudo estar mejor ubicado, Prado y San José. Sobre lo que había sido el célebre e histórico Tacón abría sus puertas en 1915 el Teatro Nacional de Cuba. Era el escenario inolvidable de los italianos Tita Ruffo y Enrico Caruso cuando la visitaban en la década del veinte.

Pero si sales del teatro y caminas puedes que te encuentres -dice la canción- "A Prado y Neptuno". De dicha esquina salió una pieza famosa: "La engañadora" de Enrique Jorrín, quien la eternizó en 1955 para los cubanos.

Antes de dejar el Parque Central quedan ciertas prestigiosas casas de tabaco y el Centro Asturiano lo más ambicioso del eclecticismo de su tiempo. No podemos dejar de mencionar las Asociación de Dependientes del Comercio, el Club de Cantineros, la Sociedad Arabe -recibiendo a sus socios todo el día.

Espectacular del Prado eran sus lumínicos. Y de realce y estilos son sus viejos palacetes como la que perteneció al Presidente José Miguel Gómez en esquina Trocadero.

Qué decir de sus hileras de árboles frondosos; el paseo de las citas, el encantador, sombrío y refrescante imitando al de Madrid, con su parque al final llamado de Los Enamorados con su estatua de Rita Longa observando la farola del Morro, el barco que entra a puerto, el Malecón aglutinado de gentes. Qué Prado aquel. Visitado por el Caballero de París, regalando flores a las damas. Con su ambiente sobrio, espacioso y sus bancos de mármol.

El ancho paseo donde iban y venían las habaneras, montadas en quitrines y calesas ocultando el rostro con sus abanicos y los caballeros en veloces jinetes. Luego llegaron los fotingos, más tarde los autos veloces.

Aquel prestigio presidencial de Prado se iba desvaneciendo a fines de 1958 con la saga de los acontecimientos políticos. Con la revolución en 1959 y décadas después las áreas fueron invadidas por barrios de vecinos empobrecidos bajo una inimaginable población ilegal.

Las viejas casas y lujosos hoteles se transformaron en viviendas colectivas que hoy tratan de salvar. En aquellos barrios populares se percibe un absoluto descuido debido a la devaluación social. El Prado quedó desatendido de una punta a la otra. Todo fue descuido e indiferencia estatal, que lo convirtió a sus 47 años en un Prado decadente y devastado.

Reproducido por cortesía de Cubanet

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